La metáfora del corazón

Alejandro Mársico

Si, como dice Aristóteles, la metáfora consiste en “trasladar a una cosa un nombre que designa otra” entonces ¿qué hace que yo quiera hablar de mi corazón para referirme al amor o usarlo cómo símbolo de valentía, humildad, ternura? Cualquiera de nosotros puede rápidamente dar una razón: es el órgano que reacciona más notoriamente cuando nos enfrentamos a situaciones donde expresar esas características.

Entre el significado literal y el figurado, dice Ricoeur, hay una tensión: es la misma metáfora la que condice a percibir lo semejante dentro de lo desemejante1. Elegimos los rasgos sémicos del significado literal que más nos convienen o, más bien, los que ya están conformados por siglos de sedimentación, ya culturalmente solidificados, y ocultamos otros. “Advertir la semejanza en las cosas que se diferencian ampliamente es propio de una mente aguda”, dice Aristóteles, y por ello es que latimos por alguien (ámbito metafórico) pero no le llevamos sangre oxigenada (ámbito literal).

Aparte de la función más popular de la metáfora, la poética, es importante remarcar su carácter regulador del conjunto del lenguaje. Generalmente, la metáfora implica toda una serie de conexiones que se establecen entre los dos ámbitos mencionados arriba, que se van a interrelacionar de diferente forma a lo largo del discurso. Las metáforas nos permiten entender fenómenos más bien abstractos a través de fenómenos más bien concretos: como decimos “mi corazón arde por ti”, nuestra experiencia corporal, física es usada para explicar una emocional, psicológica de la que necesariamente tenemos que extrapolar información.

Entonces, no es simplemente una sustitución, sino que está ahí para llenar un vacío léxico: es nuestra forma de comprender nuestra realidad. Hay algo que perdemos cuando optamos por ciertas expresiones literales antes que las metafóricas porque hay algo que la metáfora dice que no se puede decir de otra manera, sea cuando alguien viene a ofrecer su corazón o cuando lo tiene maligno o de león. La metáfora hace más natural el discurso, invade nuestro conocimiento del mundo hasta que se vuelve parte de él, superponiendo los dominios.

Para George Lakoff, las metáforas no son un fenómeno lingüístico sino que remiten a una estructura cognoscitiva del ser humano: la metáfora es conocimiento2. Entonces, hay algo del orden de lo identitario en el uso de las metáforas que se eligen: la gente, en cuanto habla, refleja algo de su modo de pensar. Las metáforas no están en las palabras sino en el pensamiento. Incluso, las metáforas ayudan a estructurar aspectos del pensamiento, por lo que conocer ese lecto significa conocerse a sí mismo.

Hay un texto de Lakoff y Johnson en el cual se indica que “las actividades experienciales próximas al hablante se convierten en metáforas de conceptos abstractos y son estos procesos de conceptualización metafórica los que proporcionan una especie de horma que da forma y organización a ciertas experiencias humanas”3. Es decir, la metáfora se vuelve una huella tanto cultural como ideológica.

El problema que se puede argüir a esto es que, en casos como los de la metáfora del corazón, o en cualquiera en que el nivel de abstracción sea así de alto, se está falseando la experiencia personal, diluyéndola mil veces cada vez que se comparte con otras millones de personas como un lugar común. Según la psicología cultural, en la constitución de la mente operan significativamente las experiencias y relaciones con lo que se le ha dado a aprender al sujeto a lo largo de su vida. Pero si directamente se usan las mismas palabras, sin pensar en su significación, ¿cómo pueden reconocer que es la misma experiencia?

La metáfora del corazón tiene un grado de difusión y aceptación tan grande que ha perdido toda su fuerza, como sucede con un clisé, obteniendo rendimientos decrecientes a cada repetición. Joao Cabral dijo una vez a Vinicius “¿No podés cantar una canción dedicada a otra víscera del cuerpo?”. Es decir, ¿qué dice de una persona hacer lo que todos hacen, decir lo que todos dicen?

Podríamos mantener estos términos y adosar “pereza intelectual” al curriculum de cada persona que, a su vez, califique a otra con un “gran corazón” por ser dadivoso, o dedique el clásico de los Backstreet Boys “I’ll never break your heart” a su novia, pero debemos tener en cuenta que, según Argenot, nunca es una persona quien se halla en el origen de una construcción metafórica, sino que es parte de una formación discursiva mucho más amplia y desarrollada.4

La metáfora tiene un carácter social, es un contrato de comprensión entre las personas ya incorporadas a mecanismos automatizados de producción e interpretación de discursos. Es decir, se construye un diálogo sobre la base de un contrato entre el emisor y el receptor de adscribirle potencia a esas palabras: son las personas las que deciden. De la misma manera en que se sufren las consecuencias de una mentira descubierta, cuando la metáfora es inapropiada en un determinado contexto se produce un distanciamiento, un corte en la comunicación. Asimismo, nada tiene de malo decirle a alguien “te amo con todo mi corazón” cuando el código es compartido.

Hay una cita de director de cine Terrence Mallick a la que regreso cada vez que me tienta adjudicar, quizá cínicamente, de “pereza intelectual” los sentimientos de alguien: "When people express what is most important to them, it often comes out in clichés. That doesn't make them laughable; it's something tender about them. As though in struggling to reach what’s most personal about them they could only come up with what’s most public”. Esto es real. Es Ricoeur, finalmente, quien destaca que la metáfora se inspira en una sabiduría popular: el conjunto de principios, valores, creencias sociales que no se enuncian explícitamente. Es decir, usar estas metáforas, estos clisés, no nos hace menos, nos hace humanos.

Ilustración: Carlos Espadas

Acerca del autor

Alejandro Mársico nació en Capital Federal, Argentina en 1990. Es Editor, Licenciado y Profesor en Letras por la Universidad de Buenos Aires.

Referencias:

1 Paul Ricoeur. La metáfora viva, (Madrid: Trotta-Cristiandad, 2001).

2 George Lakoff, “The contemporary theory of metaphor”, en Metaphor and thought, ed. Andrew Ortony (Nueva York: Cambridge University Press, 1993).

3 George Lakoff y Johnson Mark, Metáforas de la vida cotidiana, (Madrid, Cátedra, 1995)

4 Marc Argenot, Le parole pamphlétaire, (París: Payot, 1982).

Bibliografía

Argenot, Marc. Le parole pamphlétaire. París: Payot, 1982.

Aristóteles. Poética. Buenos Aires: Colihue, 2004.

───────Retórica. Buenos Aires, Andrómeda, 2004.

Di Stefano, Mariana (comp.). Metáforas en uso. Buenos Aires: Biblos, 2006.

Lakoff George y Mark Johnson. Metáforas de la vida cotidiana. Madrid, Cátedra, 1995.

Lakoff, George. “The contemporary theory of metaphor”. En Metaphor and thought, editado por Andrew Ortony. Nueva York: Cambridge University Press, 1993.

Ricoeur, Paul. La metáfora viva. Madrid: Trotta-Cristiandad, 2001.