El mecanismo literario de Elena Garro


Luis Greve

Una de las grandes virtudes de la literatura de Elena Garro es presentarnos la realidad de los pueblos, desprovista de exageraciones y sin aquella mirada superficial a la que todo se le torna exótico en el otro, y se deja deslumbrar a la menor nimiedad. Pero, su literatura se aleja de la crónica y no incurre en la total invención de universos alternos para engendrar ficciones. Su destreza es otra: la superposición de percepciones de la realidad; cierta sensación de que lo que se lee es inverosímil; no obstante, es sentido como real y verdadero; en este artificio radica el efecto que denominamos realismo mágico.

El anillo es un ejemplo magistral de tal operación. Desentrañar su mecanismo exige una doble lectura. La primera es la lectura directa, primeriza, ingenua dirían los críticos; pero, la más auténtica, según mi parecer, porque ahí es cuando recibimos la nítida impresión del texto: el efecto literario, que tanto le preocupo a Poe, en su estado más puro, sin que esté mediado por el juicio crítico.

La trama se despliega en la larga justificación de un asesinato. En el mundo de Camila, la asesina, menudean las tristezas y las injusticias: lacerada por la pobreza y el hambre, padece la violencia machista, la discriminación; el despojo: le mataron al hijo mayor para robarle las tierras. Entre la desgracia, el casual hallazgo de una alianza (anillo) le da un poco de alegría: imagina a su hija, Severeina, luciendo ese pedacito de oro. Un día, ella, alianza en dedo, se dirige a una tienda. Ahí tiene un extraño encuentro con Adrian Cadena, quien le roba el anillo. La atmósfera se enrarece: Severina empieza a “secarse” (imaginamos su languidez y su pálido semblante). En vano el doctor trata de sanarla. Desesperada, Camila recurre a una curandera, Fulgencia: tres veces “cura” a Severina y tres veces le saca un “animal”, que deja crías y sigue creciendo en sus entrañas. No hay remedio: Andrián se vale del anillo para hacerle daño a Severina. Camila intenta recuperarlo, sin éxito, hasta que en un arrebato de odio, dejándose llevar por el amor a su hija, asesina a Adrián el día en que él se había casado con su prima, Inés. Lo que sigue es la cárcel para Camila, ante la presencia de un juez, de Severina y de Inés. La voz de esta última entraña el final del cuento y la clave de la segunda lectura:

—Mucho lloró la noche en que Fulgencia te sacó a su niño. Después, de sentimiento quiso casarse conmigo. Era huérfano y yo era su prima. Era muy desconocido en sus amores y en sus maneras… ―dijo Inés bajando los ojos, mientras su mano acariciaba la sangre de Adrián Cadena.

Al rato le entregaron la camisa rosa de su joven marido: cosido en el lugar del corazón había una alianza, como una serpientita de oro y en ella grabadas las palabras: “Adrián y Severina gloriosos.

Hay que leer en sentido inverso: empezar por el final; desandar el camino trazado por Elena Garro, para enhebrar las pequeñas pistas y rastrear una percepción de la realidad soterrada por la visión de Camila: la del lector. Todo lo que nos parece mágico en el cuento es el efecto de sobreponer a nuestra concepción de lo real la de Camila.

En la segunda lectura, se trasluce la trama soterrada: Severina acepta el anillo, sin pensar que ello dará al traste con la relación que sostiene con Adrián Cadena. Él se decepciona al ver la alianza; la traición le viene a la mente. Despechado y violento, roba el anillo y se desdice de su amor. La depresión invade a la encinta Severina: enferma. Camila ve en ello un maleficio y llama a una curandera: tres veces le induce un aborto. A los ojos de Camila, el feto es un “animal”, producto del supuesto maleficio. Al enterarse, Adrián Cadena decide la venganza: casarse con su prima, Inés. La tragedia se concreta con la muerte de Adrian, a manos de Camila y ante el horror de Severina y la tristeza de sus deudos y de Inés. Al final, se descubre que Adrián guardaba en el pecho, bajo su camisa, una alianza con la leyenda “Adrián y Severina gloriosos”: un regalo que no llegó a ser, ante la decepción que le produjo la presencia de la alianza maldita.

Ese proceder en el cuento revela la hazaña de Elena Garro: el uso temprano de un mecanismo —la convivencia de percepciones de la realidad, sin superposición— que habría de revolucionar la literatura en América Latina. La revolución consistió en mirar la realidad latinoamericana sin renegar de ella, sin saberse “inferior” al resto de occidente; explorar las raíces pueblerinas de este continente, con sus culturas originarias y su crisol de cosmovisiones y cosmogonías, sin el fervor ardiente y vacuo del exotismo.

Si bien Elena Garro no creó el mecanismo, fue una de las mujeres que lo llevó al esplendor. Similar tarea a la de Francesco Petrarca: el poeta italiano avivó al soneto, hasta que el rigor del metro engendró la poesía, y por eso lo recordamos, así él no haya inventado aquél “ávido cristal que apresaría/ cuanto la noche encierra o abre el día” como llamó Borges al soneto. Quién sabe cuántas veces hemos reescrito los sonetos de Petrarca, quién sabe cuántas veces hemos reescrito la literatura de Garro. Nos legaron el magistral uso de mecanismos. Hoy, es necesario recrearlos para que la literatura no sea la descolorida copia del ayer.


Ilustración: Carlos Espadas

Referencias:

1 Bruno Latour, Nous n'avons jamais été modernes. Essai d'anthropologie symétrique, (Paris: La Découverte, 1991), 101.

2 BERGER, G. Phénoménologie du Temps et Prospective. Paris: PUF, 1964. p. 133.

3 HARTSHORNE, R. Propósitos e natureza da Geografia. Sao Paulo: Hucitec-Edusp, 1978, p. 88.