Un buen hombre

Claudia Tepale Medina

Para Lore y Ludo, por cambiar el mundo conmigo

Para Eric, Erick, Ivan, Juan, Miguel y Sandi; por ayudarme a imaginar mundos distintos.



Sobremesa

femenino. Tiempo que se está a la mesa después de haber comido.


Mis pies todavía no tocan el piso, pero ya me gané el privilegio de estar en la sobremesa. Me siento especial al ser parte de este ritual que comparten las mujeres que amo. Mi madre, tías, madrinas, mamás de las niñas con quienes voy a tae kwon do, maestras… nunca hay ningún hombre. O al menos eso parece.


Quizá están trabajando, o salieron a comprar algo o platican afuera. En realidad no importa mucho, porque siempre están presentes. Cada mujer frente a una taza manchada de lipstick saca desde lo más hondo de su pecho una historia protagonizada por uno de ellos.


Escucho con atención y recreo esas narraciones en mi cabeza. En mi pecho, la sorpresa es humo que invade todo mi cuerpo. Los hombres que amorosamente habitan mi cotidianidad hacen que mis mujeres sufran.


Ellos se enojan si la comida no está lista. Ellos supervisan todo el dinero. Ellos amenazan con llevarse a sus hijos. Ellos no cumplen con la pensión luego del divorcio. Ellos encontraron otra mujer más atractiva. Ellos monitorean cuánto tiempo ellas están afuera. Ellos no colaboran en las labores de la casa. Ellos no pueden permitir que ellas tengan un mejor sueldo. Ellos golpean. Ellos amenazan de muerte.


La angustia sale por mis poros y mis mujeres se percatan de ello. Aún así, no bajan la voz, ni piden que me vaya a jugar. Entre antes me dé cuenta, más inteligente voy a ser. Y entonces, quizá, sólo quizá, yo tenga la suerte de no sufrir lo que padecen ellas. Lo mismo que padecieron sus madres, abuelas y cada mujer que ha llorado en una sobremesa.


En todos y cada uno de estos rituales que presencié, las interlocutoras detenían sus cantaletas un minuto para voltear a verme a los ojos y sentenciar: tú tienes que ser muy lista, mi niña, porque así son los pinches hombres.



2.

Hombre.

masculino. Varón que tiene las cualidades consideradas masculinas por excelencia


Lo bueno y lo malo no existe. Asignamos estos calificativos según la relación con nuestras realidades. Usualmente, esto lo aprendemos desde la infancia, cuando nos enseñan el mundo en que vivimos. Así, desde muy temprana edad armamos una maleta en la que vamos echando las risas de tardes de juegos, los regaños de quienes nos cuidaban, los comentarios de nuestros tíos en la sobremesa, la opinión de nuestros profesores y hasta las películas que más nos conmovieron. Con todo esto, armamos un plan deseable para nuestra historia personal y con ella nos ayudamos a entender la vida.


Hay teóricos que han llamado a esto socialización, que es, en sencillas palabras, un proceso mediante el cual aprendemos a relacionarnos con los elementos de nuestro ambiente según nuestras experiencias. Así, con lo que vivimos aprehendemos qué es lo bueno, o lo malo según nuestras circunstancias: ser joven, ser de latinoamérica, o incluso ser hombre o mujer.


He aquí uno de los más grandes dilemas actuales: ¿qué es ser mujer u hombre? Quizá sobre lo primero Beauvoir, Amorós, hooks y un enorme número de ellas, ya han hablado, pero ¿qué pasa con lo segundo?


Para hablar un poco de ello, quiero remitir a un clásico del cine. Estimado lector o lectora, si aún no conoces la secuencia musicalizada Hombres de acción, del filme Mulán (1998), puedes vivir la experiencia dando clic aquí. En caso de que ya hayas vivido este deleite, por favor, continuemos.


La película Mulán (1998) trata sobre una mujer que se disfraza de varón para cubrir el lugar de su padre en el ejército chino. Uno de los más grandes retos a los que se enfrenta es que a falta de socialización masculina, encajar es verdaderamente difícil. No se acostumbra a las dinámicas entre otros miembros del ejército (por supuesto, varones) y parece que por ello nunca estará lista para la guerra. Sin embargo, para sorpresa del espectador, el resto de los miembros del batallón, incluso cuando es obvio que durante toda su vida fueron educados como hombres, tampoco parecen estar listos para la guerra. Es cuando la canción antes mencionada comienza, mostrando el entrenamiento al que son sometidos.


Con un apasionado coro melodiando HOMBRES SER, se intercalan las características que necesita alguien para realmente ser un hombre: mantener la calma en la tempestad, siempre en equilibrio y en vencer pensar, veloz cual torrente, con la fuerza de un gran tifón, violento como un fuego ardiente y misterioso.


La lección más significativa de la secuencia es que nadie en un grupo de personas con múltiples cualidades puede ser considerada hombre hasta que no tenga características asociadas a la fuerza, violencia y restricción de emociones. Y con esta premisa ha crecido el 50.5% de la población mundial.1

Un
buen hombre no expresa cómo se siente (a menos que sea de forma colérica), es fuerte, nunca tiene miedo, es buen proveedor, siempre quiere tener relaciones sexuales, es grande… La cuestión es que conozco a mujeres que son fuertes, que son grandes y que son valientes, porque estas son características humanas, no características intrínsecamente masculinas. La maleta que socialmente se les ha enseñado a preparar a los chicos para ser un buen hombre exalta solamente una parte de cómo se experimenta ser un humano, pero peor, mite otra gran parte: el ser vulnerable, el ser sensible, el amar.
A los chicos no se les enseña socialización masculina, sino socialización masculina patriarcal.


Tengo dos ligeras sospechas.

La primera es que los buenos hombres, aquellos que cumplen con las características consideradas masculinas por excelencia, mienten. Y esas mentiras los lastiman mucho.


A veces, por las rendijas de sus fortalezas he alcanzado a distinguir atisbos de ello: la primera vez que ví llorar a mi papá, aterrado por una enfermedad que lo acababa; las veces que mi hermano admiraba a bailarines de ballet, sin atreverse a imitar su elegancia por miedo a defraudar a generaciones de hombres que soñaban con ser futbolistas; cuando mis amigos mentían sobre sus experiencias sexuales ante un grupo de hombres acusándolos de maricas… Sin embargo, como maestros del engaño, se reponen fácil y avanzan a la siguiente mentira. La que les ayudará a seguir manteniendo el estatus de buen hombre.


La segunda es que hay muchos hombres muy cansados de cargar la pesada maleta de la masculinidad patriarcal. Les pesa, les incomoda, les impide avanzar. Pero también les aterra detenerse a revisar qué tienen que sacar de ella.



3.

Compromiso.

masculino. Obligación contraída.

[estar en/ poner en]. Poner en duda algo que antes era claro y seguro.


Voy a contar un secreto: amo a los hombres. Amo a los hombres en mi vida y quiero que ellos me amen.2


Amo a mi papá. Amo a mi hermano. Amo a mi mejor amigo. Los amo y a veces no sé cómo reconciliar este sentimiento con lo mucho que me conflictúan los efectos del patriarcado en mi vida.


Tiene que ser obvio. Amo las charlas con mi papá, amo las risas con mi hermano, amo la complicidad con mi mejor amigo, amo la intimidad que comparto con cada uno de ellos, pero detesto que los hombres tengan privilegios en una sociedad que me da desventajas por ser mujer. Y es que tiene que ser obvio. Odio el acoso, odio la presión por tener que ser femenina, odio no poder estar tranquila en la calle, odio la violencia en las relaciones de pareja, odio el mansplaining.


¿Cómo pueden ser dos realidades tan distintas verdad al mismo tiempo?, ¿cómo es que alguien tan amoroso, amable y dulce puede violentar a otra mujer?, ¿cómo puedo dejar de tenerle miedo a algo de lo que me han advertido toda la vida?, ¿cómo puedo hacer las paces con eso?


Para mí, el primer paso ha sido entender que el patriarcado es un sistema que nos condiciona a todas, todos y todes. Sé que como mujer socializada en este mundo, se me ha enseñado también a actuar desde su base: la dominación sobre quienes tienen menos privilegios que yo. Es así que soy propensa a violentar a hombres o mujeres para mantener mi estatus.


Por supuesto, de ninguna manera el patriarcado nos afecta por igual. Las mujeres sufrimos una grave crisis de violencia patriarcal y sus consecuencias afectan siniestramente nuestras vidas con resultados como la terrible ola de feminicidios que atravesamos en México. Sin embargo, entender que la base es mucho más grande que un hombres contra mujeres puede ayudar a buscar la raíz.


Pero entonces, si la base del patriarcado es dominar a quienes socialmente tienen menos estatus que nosotros, ¿cómo interactuamos con el género al que por años le han enseñado que vale más que la mujer? Sentencia Julieta Venegas en su canción Mujeres que “las mujeres se están revelando, los hombres no saben qué hacer”. Y es cierto.


Yo y muchas otras todos los días decidimos qué tomar y qué dejar de la mujer que nos dijeron que teníamos que ser. Resignificamos, reconstruimos, volvemos a empezar. Nos hemos centrado en revolucionar las relaciones que tenemos con nosotras mismas y con otras mujeres, sin embargo, aún nos queda un cabo suelto: ¿cómo relacionamos este cambio con nuestros hombres?


Es claro que no es sólo nuestro trabajo. Les toca en un 90% a ellos porque tienen que renunciar. Renunciar a los privilegios que ser un hombre les da en la sociedad. Y para ello, es primordial olvidarse de dominar: a una mujer, a un compañero más débil, a la infancia. Saberse vulnerable y enfrentar la posibilidad de no ser un buen hombre.


Por supuesto, escribir siempre es mucho más fácil que hacer. El patriarcado es cruel y vendrá el backlash para todo el que desafíe el orden establecido, pero enfrentarse a ello les brindará el enorme regalo de acercarse más a su esencia. El privilegio masculino les impide ser seres humanos completos y auténticos. Cada pequeña renuncia es un paso a la reconexión, a la intimidad y al amor.


El otro 10% nos toca a quienes somos ellos. El increíble trabajo emocional que en ocasiones puede representar relacionarse de cualquier manera con un hombre es uno de los retos más grandes que tenemos. Necesitamos buscar formas de acompañarlos sin dejar nuestro bienestar en el camino.


Todo lo demás, puede ser un salto de fé. Fé en que se puede vivir diferente. En que se puede amar a nuestros hombres. En que se puede cambiar cómo ser un buen hombre.



1 Según datos de las Naciones Unidas, actualmente existen 50.5% de hombres en relación a 49.5% de mujeres en el mundo.

2 Esta aseveración es una referencia del inicio del libro “El deseo de cambiar” de bell hooks.


Carlos Tepale y su hija desayunando un día en que ella le pidió salir sólo con él.
La niña pidió hot cakes con una carita que nunca pudo estar tan feliz como ella cuando estaba con su papá.