Reformas al amor

Fernando Rocha Rosario


Por primera vez enamorarme: intenté suicidarme. De un instante a otro, el mundo perdió sentido y, por lo tanto, el futuro en él. Sin embargo, sigo aquí y ahora el universo se me presenta como un museo de resplandores, un laberinto de oportunidades y una ciudad iluminada por la sonrisa de mi novia. La explicación sobre cómo sobreviví a mí mismo es simple: me salvó la recreación simbólica de mi cosmovisión. 

Mi propuesta es la siguiente afirmación: el amor es una construcción simbólica de la cosmovisión individual que puede definir ontológica y sentimentalmente quiénes somos y cómo actuamos.

Empecemos recordando que el símbolo, según Morris (1985), está constituido por tres elementos: el “designatum(D), significante o la cosa empírica; el “signo” (S), significado de aquella entidad; y un intérprete (I) que combina los dos anteriores como una presentación de su cosmovisión, definiendo aquí cosmovisión como el conjunto de símbolos y creencias sobre el universo físico. Tanto significado y significante, finalmente son representados mentalmente mediante el lenguaje, por lo cual, rememorando a Wittgenstein (1921), podemos afirmar que, si no hay palabras para indicarlos, no existen. 

Bajo esta premisa, el significante puede ser concebido como un nombre, es decir, un vocablo o conjunto de ellos. Cristal. Casa naranja. Ciudad de México. 

El significado, en contraste, podría ser considerado como un vocablo o una proposición categórica de “s es p”, “s no es p” y sus variaciones predicativas. 

El intérprete es toda persona que determina el significado del significante, y cuya conjugación resulta en un elemento de su cosmovisión.

Por ejemplo, sea una rosa roja el significante. La rosa, aunque por sí misma despida un olor, este no será percibido ni valorado más que por un intérprete. Cuando este se haga presente, conforme a su cosmovisión actual determinará un significado para la rosa, el cual pudiera ser “esta rosa es fragante”, “aquella rosa huele a Cristal”, “la rosa le gustaría a mi amiga”. Por lo tanto, cuando el intérprete rememore dicho momento en que percibió aquella rosa roja, inmediatamente a su recuerdo estará asociado el significado, siendo un compuesto indivisible pero sí cambiable. En este ejemplo, cuando el sujeto rememore aquella rosa roja o vuelva percibirla, inmediatamente “fragante”, “Cristal” y “mi amiga” también será representado mentalmente. Ante esto podemos preguntarnos, ¿con qué frecuencia representará voluntariamente este símbolo o qué pudiera determinar su cambio?

 Considero importante la adición de un elemento más: su sentimiento (F). Indudablemente, cuando concebimos un significante con un significado, también se genera un sentimiento positivo, que nos conduce a replicar el símbolo o mantener su estructura, o un sentimiento negativo, que nos lleva a procurar su olvido o modificar su estructura. 

Por lo tanto, podemos denotar, apoyándonos de la lógica proposicional (Copi, 1974) — y cuyo Anexo se presenta al lector al final de este escrito —, la estructura del símbolo (SS) de siguiente manera: 

SS : [(DS) I ] → F(I)

(1)

Es decir, como la conjunción de un significante con un significado para un intérprete, lo cual implica un sentimiento para este mismo.

Y podemos percibir más claramente el proceso de semiosis con la siguiente denotación:

(I D) ⇒ D(S) → F(I)

(2)

Donde la conjunción del intérprete con un significante, es decir la interacción sensible y consciente de una persona con el universo físico, genera un significante asociado a un significado, lo cual a su vez implica un sentimiento al intérprete. 

Con estas definiciones, el universo simbólico planteado por Ernst Cassirer (1944) resulta más operativo, puesto que no solamente son símbolos construidos sobre el universo físico, la totalidad de las cosas empíricas, sino que dichos símbolos ahora disponen de una función también empírica.

Una vez descrita la estructura del símbolo y el proceso de la semiosis, podemos inferir sobre la recreación simbólica. Recordemos primero los sentimientos producidos de un símbolo: o positivos o negativos.

(I D) D(S) [+ F(I)  ⊻ - F(I) ]

(3)

Lo cual podemos sintetizar

(I D) D(S) ± F(I)

(4)

Estos efectos implican el deseo de o replicar u olvidar dicho símbolo, respectivamente.

 + F(I) → + D(S)

 

- F(I) → - D(S)

(5)


Dadas estas definiciones, podemos plantearnos un escenario amoroso y de desamor. 

Sin establecer una definición de amor y sin concebir una idealización de este, supongamos que la interacción constante entre dos o más personas es una característica inherente a una relación amorosa.

Pareciera que en una relación amorosa o amistosa, los símbolos tienen una característica adicional, algo que aquí pudiéramos llamar “validez”. Cuando representamos un símbolo, la posibilidad de repetir la experiencia que determinó el significado es lo que lo vuelve válido o inválido. Por ejemplo, una persona de un noviazgo, tras una cita relevante en Viveros de Coyoacán, genera un símbolo donde D es “Viveros en Coyoacán”, S es “Ana” (para generar una proposición del tipo “Viveros es donde besé por primera vez a Ana”) y + F es un sentimiento positivo para I. De esta manera, Viveros es parte de un símbolo feliz puesto que, mientras la relación amorosa exista, la visita a Viveros en compañía de Ana puede repetirse en las mismas condiciones.

Podemos denotar la condición de validez simbólica en una relación amorosa de la siguiente manera:

[ D(S)+ F(I) ] ⇔ ¬[ D(¬S) ]

(6)

Es decir, un símbolo con sentimiento positivo es válido si y sólo si no es el caso en el que no esté presente el significado. Podemos aislar la definición de símbolo inválido (¬SS) como a continuación:


¬SS: [ D(¬S) ] ⇒ ¬[ D(S)+ F(I) ]

                        ⇒ [ DS)- F(I) ]

(7)

De lo cual se infiere que un símbolo inválido es semejante, por implicación, a un símbolo negativo.

¬SS ≃ -SS

(8)

Por lo tanto, en una relación amorosa los símbolos pueden cambiar en su validez a través del significado.  Con el fin de procurar mayor generalidad, supongamos que la interacción es meramente una conversación atractiva a distancia o frente a frente, por escrito o de manera auditiva. Bajo la primera premisa de que los símbolos son lenguaje, en dicha conversación convergen símbolos y procesos semióticos. Durante esta interacción constante, una gran cantidad de símbolos serán creados y algunos otros serán recreados de tal manera que el significado sobre varios significantes será exclusiva y preponderantemente uno: la otra persona.

Supongamos que en una relación amorosa donde las personas A y B son pareja, la cosmovisión (CC) de B contiene en su mayoría símbolos positivos donde A es el significado. De esta manera, cuando la relación entre A y B termine, A será un significado ausente en varios símbolos, lo cual, por la expresión (6) los volverá inválidos, y por la expresión (5) estos generarán sentimientos negativos. Esto lo podemos denotar de la siguiente forma:


CCB: (+SS1, +SS2, +SS3, . . . , SSn | SA ∈∀+SS)

(9)

Es decir, que la cosmovisión de la persona B está compuesta por símbolos positivos tales que la persona A está asociada al significado de todos estos. Por lo tanto, si A se convierte en un significado ausente, por (7) entonces todos los símbolos serán inválidos y, por (8), símbolos negativos.

A la expresión (9) pudiéramos llamarle un monopolio del significado por parte de la persona A sobre la cosmovisión de B. Dicho monopolio es posible generarse debido a la interacción constante que conlleva una relación amorosa, sin considerar que esta interacción sea física o no, puesto que por la primera premisa todo puede reducirse al lenguaje, con el cual se aluda personas, objetos, espacios, acciones o cualquier entidad empírica o no.

La breve y simple teoría que aquí presento pretende mostrar una perspectiva sobre cómo los símbolos operan positiva o negativamente en una relación amorosa. Con esto no afirmo que no haya otras causalidades para el desamor y sus sentimientos negativos.

Asumiendo todo lo anterior, podemos cuestionarnos cómo evitar o modificar el monopolio del significado de una persona sobre otra. Una forma casi evidente es la integración de símbolos totalmente nuevos a la cosmovisión, en los cuales la persona en cuestión no esté asociada a los significados. Esto, por la expresión (4), es posible mediante la interacción entre el intérprete y el significante, es decir, la interacción de una persona con entidades nuevas, sean personas, objetos, espacios, actividades y demás, con el propósito de crear símbolos. En contraste, otra forma es la recreación simbólica, la transformación de un símbolo ya existente, lo cual podemos definir de la siguiente manera:


ΔSS: ΔD ΔS ΔF

(10)

Es decir, la recreación de un símbolo está dada por la modificación de o su significante o significado o sentimiento generado (no aplica si es simultáneamente los tres, puesto que entonces sería un nuevo símbolo). Dado que el sentimiento es producto de la conjunción entre significante y significado, nos enfocaremos en cómo el cambio deviene de estos últimos dos. 

Supongamos que la persona Z pretende recrear un símbolo asociado con la ex pareja A para la cosmovisión de la persona B, es decir, concluir el monopolio del significado de A sobre B. Denotemos primero el símbolo inválido de B por el significado ausente A, con sentimiento negativo para B.

¬SSB: DSA) - F(IB)

(11)

Ahora la recreación del símbolo de B, modelado como (ΔSSB) a través de la transformación de su significado asociado con A, denotado como (ΔSA SSB), es decir, modificar este símbolo inválido (¬SA SSB) y negativo en uno positivo asociado a la persona Z, expresado como (SZ SSB) y sintetizado de la siguiente manera:


ΔSSB: SZ SSB

(12)

Sea un mismo significante para las personas A, B y Z, donde las últimas dos son ex pareja. Supongamos que el sentimiento positivo del símbolo original de A para B es de magnitud m. La forma en la que el símbolo inválido con A puede ser recreado es con un mismo significado pero que pueda provocar una magnitud mayor m + k que el símbolo original, tal que (m + k) > m . Esto puede denotarse de la siguiente forma:


(A D) ∧ (B D) ∧ (Z D)

D(SA) → [ F(IB) = + m]

D(SZ) → [ F(IB) = + m + k

tal que (m + k) >

(13)

Continuemos con nuestro escenario anterior: el significante “Viveros de Coyoacán” , que está asociado al significado “Ana”, originalmente generaba un sentimiento positivo para la persona B. Sin embargo, esta pareja terminó su relación y la persona principalmente afectada es B. Por lo tanto, el significado original “Viveros de Coyoacán es donde besé a Ana por primera vez” se vuelve inválido puesto que no podrá replicarse esta experiencia en las mismas condiciones, de consiguiente, genera un sentimiento negativo. No obstante, la persona B conoce a la persona Z, cuya interacción los lleva a visitar Viveros de Coyoacán. Ahora el significante “Viveros de Coyoacán” puede cambiar de significado a través del incremento de la magnitud de su sentimiento. Si en la primera experiencia el significado devino de un beso, el nuevo significado ahora podría devenir de una declaración matrimonial o alguna actividad de la misma categoría.

De esta manera, una persona puede recrear simbólicamente parte de la cosmovisión de otra y, por lo tanto, generar un monopolio de significado que le permita influir en sus sentimientos y preferencias. Desde esta perspectiva, el amor se convierte en una herramienta reformadora.



Referencias